
Puerto Rico: Una Isla de Espaldas al Mar
Puerto Rico es una isla caribeña con más de 700 millas de costa, olas reconocidas mundialmente, bahías bioluminiscentes y una biodiversidad marina sin igual. Pero la desconexión del puertorriqueño con el mar es tan profunda que más del 80% de la población no sabe nadar. Mientras tanto, decenas de personas mueren ahogadas cada año, los pescadores viven marginados y el desarrollo ilegal avanza sobre zonas costeras cada vez más erosionadas.
Pese a estar rodeados de agua, seguimos viviendo como si el mar fuera un muro.
Un poblamiento tierra adentro: del jíbaro al olvido del pescador
Desde la época indígena hasta la colonización española, Puerto Rico fue habitado mirando hacia las montañas.
Los centros ceremoniales taínos más importantes se ubicaron en valles interiores. Aunque los taínos practicaban la pesca y navegaban en canoa, sus centros culturales más relevantes estaban tierra adentro. Esto contrasta con otras sociedades isleñas, como las polinesias, que priorizaban la costa como eje de su vida.
Factores como los suelos fértiles del interior y la protección frente a ataques externos favorecieron esta preferencia. No obstante, también existieron aldeas costeras significativas, reflejando una convivencia entre mar y tierra en la vida taína.
Con la llegada de los españoles, esta tendencia se reforzó. Los constantes ataques piratas, junto con la centralización del comercio marítimo en el puerto de San Juan, impidieron el desarrollo de una burguesía mercante local y consolidaron el aislamiento costero.
Así nació el jíbaro como símbolo del puertorriqueño auténtico —el campesino de tierra adentro— mientras el pescador y el marino fueron invisibilizados. Esta narrativa cultural, reforzada por políticas como “Manos a la Obra” en el siglo XX, consolidó una economía centrada en la manufactura y alejada del litoral. Hoy, la manufactura representa cerca del 40% del Producto Nacional Bruto (PNB), mientras que el turismo apenas alcanza un 7%.
El mar como amenaza, no como recurso
Esta desconexión tiene impactos concretos:
- Según Sea Grant (2024), entre el 80 y el 85 % de los puertorriqueños no sabe nadar.
- Más de 30 personas mueren ahogadas cada año, muchas en playas sin salvavidas.
- El pescador —figura clave en la cultura de otras islas— recibe poco apoyo económico o reconocimiento social.
- Las construcciones ilegales en la zona marítimo-terrestre proliferan, dejando escombros que erosionan nuestras playas.
Y mientras muchos aún ven la playa solo como un lugar para beber y janguear, o como un entorno riesgoso, pocos reconocen su verdadero valor como motor económico, espacio educativo y plataforma para los deportes acuáticos.
Un legado subestimado en los deportes acuáticos
Esta desconexión ha limitado el crecimiento de disciplinas como la vela, el surfing, el paddleboarding y el nado en aguas abiertas. Sin embargo, Puerto Rico ha producido atletas de clase mundial:
- Quique Figueroa, medallista panamericano y olímpico en vela.
- Jorge Machuca, pionero del surfing profesional y figura clave en su desarrollo local.
- Max Torres, campeón mundial en paddleboarding.
- Alelí Medina, campeona mundial del surfing femenino internacional.
Desde 1965, Puerto Rico fue uno de los primeros países del mundo en celebrar competencias internacionales de surfing. Solo tres años después, en 1968, Rincón fue sede del 4.º Campeonato Mundial de Surfing, evento que posicionó a la isla como “el Hawái del Caribe”.
Sin embargo, más de 50 años después, todavía no contamos con un sistema profesional de salvavidas, ni con una política pública que impulse el desarrollo de los deportes acuáticos como parte de una estrategia turística coherente.
Rincón: un case study del potencial desaprovechado
Rincón es el ejemplo más claro de lo que podría ser una economía costera robusta. Estudios recientes indican que:
- El impacto económico total del turismo costero en Rincón supera los $178 millones anuales, incluyendo efectos directos, indirectos e inducidos.
- Este sector sostiene más del 60 % del empleo del municipio.
- Solo las propiedades tipo Airbnb generaron alrededor de $40 millones anuales en 2019.
Y todo esto ocurre en ausencia de una política estructurada de turismo náutico o de una protección adecuada del litoral.
El precio de vivir de espaldas al mar
Puerto Rico importa la mayoría de sus productos pesqueros. La educación acuática es prácticamente inexistente en las escuelas públicas. El Estado no reconoce el mar como motor económico, mientras que otras islas del Caribe —con menos recursos naturales— generan hasta un 50 % de su economía a través del turismo costero.
La montaña le da de comer al mar, y el mar a la montaña. Pero en Puerto Rico, rompimos ese ciclo.
Reenfocar la isla: un nuevo modelo azul
Revertir esta desconexión requiere un cambio cultural y político que incluya:
- Educación obligatoria en natación, seguridad acuática y navegación desde las escuelas.
- Un sistema de salvavidas y respondedores comunitarios en las playas más visitadas.
- Apoyo a los pescadores artesanales y visibilización de su rol como portadores de cultura y sostenibilidad.
- Regulación estricta del desarrollo costero para frenar la destrucción de playas.
- Un plan maestro para el desarrollo del turismo náutico y los deportes acuáticos.
Conclusión: el mar como identidad, no como límite
Puerto Rico necesita reimaginar su relación con el mar. No basta con verlo como fondo para selfies o destino de cruceros. El mar puede ser escuela, sustento, deporte y cultura.
Porque si el mar nos rodea, no es para temerle, sino para vivir con él.
Como dijo un cineasta local: “Vivimos rodeados de mar, pero tenemos miedo de ahogarnos en la ola.”
Ese miedo debe transformarse en respeto, conocimiento y reconexión.
Solo así podremos dejar de ser una isla de espaldas al mar.